Cartas a María (uno)

 13 de noviembre del 2017

María,

Han pasado dos meses desde las protestas contra Urteaga. Luego del día maldito nos refugiamos en un pueblo a siete kilómetros de la ciudad. Un profesor nos recibió en su casa. Su nombre: Santos. Cuarenta años. Enseñaba Comunicación Integral en una escuela de la zona. No tenía esposa ni hijos. Tampoco padres. Era un santo. 

Luego de que mataran a Felipe nos dimos cuenta de que estábamos solos. Decidimos tomar su carro y largarnos. Los tombos había gaseado a tanta gente que solo quedábamos pocos en toda la vía. Todos se fueron como el humo. Nos dieron órdenes estrictas de cortar cualquier vía de comunicación. O bueno, más bien nos la dimos. Te llamé para despedirme pero no contestaste. Cuatro veces.

Sigo con los de siempre: Martín, Pedro y Damián. Ese día Pedro condujo. En todo el camino le preguntamos adónde nos estaba llevando. No hablaba. Solo respiraba muy lento. Él contactó con Santos. Nos llevó a su casita. Tocó su puerta. Se abrazaron. Tampoco se dijeron nada. Era un recluta más. 

A Martín le había caído un perdigón en el brazo izquierdo; a Damián, en el muslo derecho. No podíamos llevarlos a la posta. Tenían miedo de represalias. Santos salió a buscar a un médico. Llegó con uno joven: veintiséis años, estimo. Era blanco y alto. Al vernos se asustó. Vi en sus ojos que sabía lo que pasaba. Le pedimos que no dijera nada. Asintió. Hizo lo que pudo con los muchachos. Fue muy hábil. Le agradecimos. Lo mataron dos semanas después. 

Estos cojudos nos persiguen como el viento. Creo que quieren mi cabeza. Urteaga quiere presumir otro trofeo de guerra. Ya sabes cómo es. Lo que me da terror es que sigo viendo su rostro por todas partes. Los muros se siguen pintando, las calles son de papel. Seguro no falta mucho tiempo. 

En este momento... No sé ni dónde estamos. Tenemos mucha hambre. Mucha sed. Esto de ser rebelde pasa factura. 

No sé cuándo pueda verte para entregarte esta carta. Pero te extraño.

Te extraño tanto.

Que estés bien,

Carmen.








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