A contraluz bailamos

 Así que si preguntas

Sólo en sueños te persigo (y además te encuentro),

Solo en sueño (que han de ser)

Y con eso me quedo:

Pues no existe alegría

Ni tristeza tan grande.

Renatto Castillo.

Treinta y siete minutos es mucho tiempo.

Es lo que me dijo un amigo hace 10 años.

Y 10 años es mucho tiempo para sentir.

Hace 13 años una pareja se mudó al barrio. Siempre vestían de blanco. Y cada vez que yo salía a comprar alguna golosina ellos estaban ahí, en la calle, tomados de la mano. Ella le daba un beso en la mejilla y él se lo devolvía, pero en la nariz. Luego los dos, antes de partir (no sé a dónde), tomaban un gran respiro y se abrazaban, cada uno tomaba un taxi distinto. Besos en la mejilla y la nariz nuevamente. Adiós. Yo regresaba a casa, cerraba la puerta y no los veía hasta el siguiente día.

Esa rutina se repitió durante mucho tiempo.

Un día decidí salir a jugar, pero no los encontré. Pasaron algunos minutos. Decidí agarrar mi pelota y sentarme a ver si aparecían. Tomaba algunos momentos para comer o ir al baño. Pasaron varias horas. No había pareja. Caminé un poco viendo por fuera todas las casas. Nadie salía ni entraba salvo algunos vecinos sin magia. No había pareja, no había manos juntas. Entré a casa, cerré la puerta y pensé: Ahora iré a comprar algún chocolate. Tal vez ese era el truco. Salí, caminé, pedí la golosina, pagué, esperé unos segundos. No había pareja, no había manos juntas, tampoco besos en la mejilla, mucho menos taxis y besos en la nariz.

¿Dónde está la pareja de blanco?

Se hizo casi de noche. Mamá me llamaba para cenar. Entré y casi al cerrar la puerta escuché una risa. Miré hacia arriba y sí... ahí estaban. Abrazándose. Él agarraba sus manos y las colocaba en su cintura. Su rostro en el pecho. Bailaban. No recuerdo cuál era la canción, pero era suave, lenta, como la noche. Se tambaleaban en sus respectivos ejes, casi como un vals. Se decían cosas. Reían. Y la luz que venía de aquel cuarto que daba a la calle era lo suficientemente brillante como para formar un contraluz. Ahí estaban, mágicos, danzantes, a blanco y negro. Mamá llamaba y cerré la puerta, muy lento.

Y luego desperté.

Bailando contigo.



 

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