Cartas a Maria (tres): Rayuela.

10 de abril de 2019


María,

Tengo muchas cosas que decirte.

Ha pasado bastante tiempo. Estoy muy insegura estos días. Tengo fe en que no encontraste a alguien más... conociendo lo volátil que eres.  

Ando ahora cerca a La Libertad, en un pueblito. Me gustó mucho, desearía pasar mis últimos días acá contando los años o esperando alguna bala. La gente es súmamente buena. Hasta conseguimos un pequeño trabajo. Ahora trabajamos en las chacras. 

Tengo tanta rabia. 

Conocí a una señora, Segunda Esmeralda. Ay, la señora Esmeralda, nos hicimos muy amigas. Al principio su actitud era súmamente indiferente con nosostros. Era evidente que no nos quería en su casa. Se notaba a leguas que éramos fugitivos y ella sabía, pero creo que pudo ver más allá. Hace unos días me invitó un vasito de cañazo, que luego fueron dos y más tarde tres... Y ahí fue cuando me contó su historia. Hubo una frase especial, me dijo: Hijita, a veces la sombra es tu única amiga, y es más, la sombra a veces se va cuando hay oscuridad. 

Te contaré un poco de su historia. 

La señora Esmeralda conoció a un tipo hace treinta años. Me dijo que había sentido amor, pero amor con todas sus letras. Describió a esa sensación como un eterno estado de elevación. Como felicidad que no es pasajera, una que se queda siempre y es sanadora. Eso fue muy raro, me dijo, y que lo había entendido mucho tiempo después, porque no es algo de lo que suele hablarse ahí... en el pueblito, donde todo es más pragmático y si uno se enamora solo es para tener una casa, salir de la familia o solo conservar la especie. Julio era una persona muy trabajadora, me dijo, y siempre me había prometido que haría lo que fuera para formar una familia, y así fue, cuando cumplí veinte me sacó de casa, él ya tenía una casita en un terreno por Trujillo, en ese entonces todo era más barato. Mis papás no entendieron muy bien la idea de que me iba por amor, pero cuando vieron que podía establecerme y tener una familia me dejaron ir, pero tendríamos que casarnos. Como era una cuestión de tradición, todo marchó bien. Recuerdo que la ceremonia fue grande, todos bailaron y cantaron, fue el momento más feliz de mi vida. Vio a su mamá llorar. Creo que eso también era amor, mencionó, pero uno que te sumerge, uno que sale cuando sabes que algo se te va. Esa noche también tuvo lo que tenía que pasar. Experiencia singular y graciosa, me dijo. Creo que ambos sabían lo que vendría: formarían una familia, todo saldría bien, el cielo nunca se había sentido tan cerca.

Al día siguiente partieron a Trujillo.

Luego de seis meses todo oscureció. Esmeralda no salía embarazada. Me contaba que intentaron muchas veces. Había un brillo en los ojos de Julio que se fue extinguiendo en ese periodo. Él le decía que seguro era brujería, o que tal vez ella no quería tener un hijo y se lo bajaba a escondidas. Poco a poco empezó a sentir decepción y miedo. Sola fue al hospital para que la ayuden con su problema, aunque tuvo que esperar dos meses más. En ese tiempo sentía que ya no pertenecía a ese lugar. Me contaba, llorando, que cuando Julio le hablaba o la miraba  podía sentir su odio, su rencor, su arrepentimiento y flagelo por haberse casado con un vientre malogrado. El día de su cita llegó y ella esperaría con ansias y terror los resultados. Grande fue su sorpresa cuando la doctora le dijo que todo estaba bien, que ella podría tener los hijos que quisiera. Esmeralda regresó caminando a su casa pensando en todo, pensando en nada. Cuando Julio llegó, ella la esperó con el plato de comida de siempre. En todo el tiempo que se tomó almorzando Esmeralda le explicó la situación. Recordó parte de la terminología que la doctora había empleado, además de darle una explicación sobre el tema tomando como referencia a un sinnúmero de casos. Había memorizado un discurso muy elaborado. Ay, hijita, me decía, luego de hablar casi media hora Julio se sonó los mocos y se fue a dormir, en ese momento sentí que todo se iba y yo me quedaba sola. Lo curioso fue que nunca hubo una discusión fuerte, al menos una que involucrara golpes o gritos, todo era sigiloso, como parásito, un daño como cáncer. Esmeralda hizo sus maletas esa noche y volvió derrotada. Cuando regresó sintió todas las miradas en la nuca. Esa sensación de mediocridad y verguenza nunca se fue. Su mamá lloró de nuevo, no por amor. Nunca más vio a Julio. Nunca más volvió su sombra. 

Todos se van, me dijo la señora Esmeralda, limpiándose la cara. 

La historia me conmovió como no tienes idea. En cada momento me acordaba de ti y, en ese silencio, en esas noches frías y negras, te escribía y lloraba, pero no por amor, sino porque sentía que algo se iba.

¿Por qué asumo que te equivocaste?

Pedro resultó un tremendo imbécil. 

Un més después de la última carta el hijo de perra me susurró a las tres de la mañana: Puedes extrañar menos. Me tocó la pierna. Le metí sendo cachetadón. Todos se alborotaron. Fue un momento de película porque Esmeralda corrió a verme y supe, en ese instante, por el brillo de sus ojos, que estaba conmigo, pero Damian no sabía si creerme. Al final se quedó, pero solo porque la señora botó a Pedro; era conveniente que se quedara. Es gracioso.

Pedro, sabes que siempre fue el más noble. En esa noche no paraba de repetir que yo estaba inventando cosas. Que te extraño tanto que siempre estoy delirando. Yo lloraba. Cuando la señora agarró la escoba para botarlo empezó a decirme cosas muy fuertes.

Yo sé que fuiste muy amiga de Pedro, y que siempre que podías tus manos se quemaban por él. Pero está bien, luego cobró sentido todas las veces que interrumpías nuestras noches por dejarlo dormir en el sofá, y cuando trataba de sentirte me decías: Es que Pedro va a escuchar. 

Ahora es más evidente.

No sé si confié demasiado o me estoy equivocando. Al principio le grité que hablaba mierda y que solo lo decía por resentido porque ya no había marcha atrás. Me dijo que yo decidía quedarme contigo, pero que si regresaba a tus brazos me acuerde de tus tres lunares en la entrepierna. Dijo todo eso mientras se agarraba el pantalón. Esos que te tatuaste por cojuda, me gritó, antes de largarse. 

No entendí nada. Es más, hasta ahora tengo dudas. Primero decidí no creerle, aunque todo me consumía poco a poco. Y lloraba, lloraba tanto. Pero fue una noche cuando Damián quiso hablar conmigo donde me contó que era cierto. Al principio Maria guardaba las distancias, me decía, pero no pudo evitar sentir atracción con Pedrito, el "noble". Me pidió perdón, se sentía culpable. 

Pero ya no sé en quién confiar. 

Al volver te diré para separarnos. No quiero estar contigo, y sé que tú tampoco quieres. Todo cobra más sentido cada minuto, cada hora. Y al volver, tal vez me recibas con un abrazo, y luego será el mismo trato frío de siempre. Puta madre, te amé tanto. 

O aún te amo. 

Casi ya no vemos a los secuaces de Urteaga, y es más, hace dos días vimos a dos comuneros pintar su mural. Fue muy extraño, fue como ver a la llamarada extinguirse. Sé que tampoco debemos confiarnos porque sigo escuchando sus discursos en la radio. Ayer la señora Esmeralda me dijo que un tipo se había quedado mirándola, y que luego se acercó para decirle que tenga cuidado. Cuando nos contó eso sentí que todo volvía y, aunque sé que ella nunca nos dirá que nos vayamos, debemos hacerlo. 

Ojalá pudiera quedarme más tiempo. 

Pero te extraño, carajo. 


Te marchas,

Cuando todo se me va, 

Debo asimilar:

Ya no te tengo. 


Y dices, 

Que vivir me sanará, 

Pero es mentira, 

Es parte del juego.


Y yo estoy aquí

Y no sé si soñarás, 

Conmigo una vez más. 


Y ahora estoy aquí,

Aunque puedo estar allá. 


¿Te acuerdas de "Rayuela", la canción de los Niqué? No parábamos de escuchar esa canción grabada en tu teléfono. Recuerdo que cuando Wilder nos pasó el master la cantábamos día y noche. Estos días pesa más, mucho más. 

Sé que ya no debo escribirte. 

Aún no puedo ejecutar el plan.

Cuídate. Ojalá te pueda ver pronto. Ojalá que no. 


Carmen. 




Comentarios