(1) Perro blanco, perro rojo
Hay un perro sentado en la puerta de mi
casa, está afuera, es decir, casi en la acera, no importa mucho, siempre está
ahí, pero otras veces lo veo pasar y se acuesta en los muebles, deja rastros de
barro y pelos; otras, en las camas y el olor se queda por semanas, es muy
incómodo, a veces hasta insoportable. Luego desaparece, o sea, se queda afuera,
hasta que siente que lo estamos olvidando y regresa. Entra a su casa.
Hay un perro rojo sentado en la puerta de
mi casa. Tiene ojos amarillos. Es muy flaco, a pesar de que le damos de comer a
diario. Come, traga, engulle todo a su paso, y cada vez que salimos de casa,
nos muerde, es su postre, ya varias veces tuvimos que coser las heridas, aunque
las vuelve a abrir. A veces no nos suelta y tenemos que caminar arrastrándolo;
el gruñe y parece reír.
Hay un perro rojo de ojos rojos amarillos sentado en
la puerta de mi casa. Nos defiende de conocidos, amigos y familiares. Hace poco
ladró tanto que toda la cuadra se mudó y solo nos quedamos algunos. Las casas
aledañas conservan sus cosas, las de siempre, salvo que ya no hay personas;
repito, solo nos quedamos nosotros. Por momentos creo escuchar voces de los
vecinos, pero son solo alucinaciones, o es el perro, que a veces se le da por
hablar, y habla mucho.
Hay un perro rojo de ojos rojos amarillos sentado en
la puerta de mi casa y no se quiere ir, pero lo alimentamos y le damos cariño.
A veces parece que quiere ser nuestro amigo, hasta ahora no sé si lo es, pero lo alimentamos, como ya dije, lo llevábamos al veterinario (el que
también se mudó), lo vestimos y nos gruñe.
A veces parece tener ojos blancos.
Hay un perro rojo que hace poco se comió
todo el color, y ahora todo es blanco y negro. Ya casi tenemos ceguera. Una vez
me invitó a ver desde sus ojos y fui feliz, hasta que empezó a reír.
Hay un perro rojo que se llama Melancolía.
Hay un perro rojo que ha conquistado mi
cuadra. Su cabeza tiene la forma del perro peruano tradicional; sin embargo, no
es de raza. (¿Ser perro peruano se considera de raza?) Tiene cicatrices de todas las veces que nosotros nos caímos sobre
él, creo, por casualidad. O las veces que los puntapiés eran más que errores. Su cola parece una soga que está a punto de romperse,
aunque todos los días la roe, todos los días le vuelve a crecer. Sus patas son
cualquier cosa menos patas y tiene orejas humanas, ah, y claro, a veces habla,
como ya dije.
Hay un perro rojo que toca todos los días
la puerta de mi casa. Ya probamos con bocado, pero nosotros tuvimos que ir al
hospital para el lavado. Creímos confundirnos de comidas. Pero para la quinta
vez ya no era confusión. Probamos con el hambre, pero en nosotros cayó el desmayo. Es como una extensión.
(…)
Cuanto tenía 2 años, había un perro blanco
sentado en la puerta de mi cuarto. Muchas veces dormía conmigo en la cuna. No
ensuciaba, tampoco dejaba olores fétidos, solo uno que se parecía a una vieja
colonia Old Spice, una de esas que venían en botella blanca y tenían el esbozo
de un barco. Una clásica Old Spice.
Había un perro blanco sentado en la puerta
de mi cuarto. Cuando lloraba, parecía desesperarse, y corría a ladrarme y a
jugar conmigo. A veces, cuando las lágrimas no paraban de brotar, me hablaba de
su familia y él, y de cómo llegó conmigo. Calmaba entonces. Y, a veces, cuando
ya era excesivo, lamía toda mi cara hasta que no paraba de reír.
Había un perro blanco en mi cuarto. Era muy
grande, y su pelaje era esponjado y frondoso, se parecía mucho a un Husky
siberiano. Era un Husky siberiano, creo. Sus ojos eran blancos. Su cola era
como un juguete, nunca la mordía, sabía que me gustaba jugar con ella, y cuando
era muy brusco no decía nada, y solo sonreía. También le crecía una nueva
cada mañana.
Cuando tenía 5 años, había un perro blanco
sentado en la puerta de mi cuarto. A veces, no sé por qué, desaparecía durante
días, siempre me decía que tenía que buscar un hueso perdido. Su ausencia se
sentía, y cada día que no estaba todo olía muy mal.
Había un perro blanco que se llamaba, también, Melancolía.
Cuando tenía 7 años, ya no tenía una cuna,
naturalmente. Aunque mi perro blanco seguía durmiendo allí, y al lado, yo, en
una cama común. Una noche, me desperté gritando y sudando por una pesadilla, el
perro blanco saltó de la cuna y fue a hablarme. Me calmó. Aunque no tardé en
darme cuenta que ya no era totalmente blanco, su pata derecha se había tornado
amarilla, casi naranja, y la perfección de aquella había quedado en el olvido.
Había un perro blanco que se estaba
transformando en un perro rojo. Cada vez perdía más pelo y era molesto, nunca
me había molestado nada. Sentía de pronto mucha ira.
Cuando lloraba, ya no se
acercaba, solo daba vueltas persiguiendo su cola, con la que tampoco ya no
jugaba.
Cuando tenía 12 años, el perro blanco ya no
era blanco, era rojo, y todo lo que ya mencioné antes.
(…)
Ayer decidí mirar al perro rojo a los ojos.
(…)
Hay un perro rojo que se tuerce de dolor
cuando nos reímos y parece que se va a morir.
Hay, todavía, un perro rojo, sentando en la
puerta de mi casa.
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